Braulio y Morales

En un lugar de la vieja Italia el señor Santorini recibía entre sus brazos al primer bastardo al que bautizaron con el nombre de Braulio, mientras el pequeño se encontraba entre los brazos de su progenitor, este lo miró con repugnancia.

-¡QUITADME A ESTE NIÑO DE ENCIMA!- bramó, dos de sus más fieles hombres se acercaron rápidamente a quitar la criatura, que se removía inquieta entre las extremidades de aquel que debería de amarlo. -¡ENCERRADLO EN LOS CUARTOS DE ABAJO, QUE NADIE SEPA QUE HE TENIDO UN HIJO! ¡DADLE LO JUSTO Y NECESARIO PARA QUE SOBREVIVA!- gritó a todos los allí presentes, y como si el mismísimo Dios hubiese hablado, sus palabras se cumplieron.

Braulio fue llevado a los dormitorios que se situaban en el sótano, llenos de telarañas y no recomendadas para la crianza de un recién nacido, y allí entre cuatro paredes, en la frialdad de un sótano, Braulio fue creciendo, con el único calor de Peruzzi, su ama de cría, quien a escondidas del señor, le cuidaba y le daba amor.

11 años después, llegó el segundo bastardo, Morales, un recién nacido cuyo camino iba en la misma dirección que el de su hermano, privado de amor. Pero a pocos días de nacer el niño, cuando el señor Santorini se dirigía hacia su despacho, unas voces que provenían del sótano llamaron su atención.

-No lloréis mis pequeños, que dentro de poco os llevaré conmigo y por fin seremos libres- se le oía relatar a Peruzzi, la cara del señor Santorini se puso roja, la sangre le hervía por la ira que esas palabras producían. <<¡TRAICIÓN! ¡SUCIA Y VIL TRAICIÓN!>> pensó el cabeza de familia mientras bajaba con fuerza las escaleras putrefactas que llevaban al sótano, haciendo que sus pasos resonasen entre el eco.

-¡Pero que sorpresa!- sobresaltó la voz grave a la criada y a los dos infantes – Peruzzi, Peruzzi ¿qué voy a hacer contigo bella donna?- preguntó con sorna el hombre, mientras desenfundaba la pistola plateada que siempre portaba y se acercaba a la chica acariciando su mentón con la boca del revolver, la suave y blanquecina piel de la muchacha.

-Señor- sollozó la joven.

-¡CÁLLATE!- gritaba el hombre mientras la apuntaba el arma entre ceja y ceja -¿Sabes como llamo a las personas de tu calaña Peruzzi?- pequeñas gotas de saliva salían y se posaban sobre la cara de la joven, quien temblando de terror ante la mirada llena de ira del hombre, negó – Traidores, y a mi no me gustan los traidores- sonrió con cinismo para luego ensombrecer su rostro– ¿unas últimas palabras?

disparo

Y mirando a los dos críos que parecían procesar todo con unas caras de terror les dijo- Os amo mis niños- y el sonido del disparo resonó en todo el cuarto, mientras que la joven caía desplomada en el suelo y un charco de sangre la iba rodeando.

-¡MAMMA! ¡MAMMA! – gritaba desesperado Braulio mientras se arrodillaba ante la única fuente materna que había tenido.

-No llores niño- dijo Santorini mientras una sonrisa malévola se dibujaba en su rostro- eso es lo que les pasa a los traidores, y ella, muchacho, era una- dijo el hombre mientras se daba la vuelta y comenzaba a subir las escaleras, Braulio se quedó viendo a aquel señor subir las escaleras con parsimonia, y un pensamiento le cruzó la cabeza.

Esa noche, mientras su padre dormía, Braulio se escabulló del sótano y subió a su habitación, al principio solo se le quedó observando desde el marco de la puerta, pero con pasos siligiosos se acercó vacilante a un lado de donde su progenitor dormía de espaldas, el pequeño sentía una fuente de ira proveniente de su corazón así que dirigió su vista al revolver que había encima de la mesa de noche y con sus pequeñas manos temblando cogió el arma.

Apuntó a la nuca, y disparó, la fuerza del disparo le llevó a caerse al suelo, y este resonó por toda la casa, se miró las manos asustado y la cabeza de su padre perforada, su pequeño pijama estaba manchado de sangre.

niño