FOSAS

Mamá siempre me había dicho que nunca se debían planear las cosas, pues nunca acababan saliendo como uno espera, supongo que es otra de las tantas cosas en las que no me parezco a ella, me encanta planear y soñar con el día que llegue, al final nunca acaban saliendo mis planes, pero esa es la idea supongo, cumplir las cosas planeadas es lo difícil, siempre hay algo que falla, pero se sigue teniendo la esperanza.

Otra cosa es eso, siempre tengo esperanza, no por algo el dicho dice que la esperanza es lo último que se pierde, aunque creo que en mi caso, la esperanza emana de mi, como si fuese una fuente infinita de agua, nunca la he perdido, aunque eso no quiere decir que sea una ilusa, se cuando las cosas no van a más, cuando un ciclo tiene fin y se que toca empezar otro, soy ilusa en otras cosas, pero en lo que respecta a la vida no, quizás lo parezca, bueno, estoy segura de que lo parece, mi ser porta una imagen permanente de inocencia y bondad, una cara de niña buena que ni yo misma puedo cargar.

Se más cosas de las que digo y demuestro, a veces portar la imagen de la niña buena que nunca ha roto un plato sirve de mucho, para manipular principalmente, para mentir, para incluso pasar desapercibida entre los culpable de un asesinato, mi rostro refleja la inocencia típica de la infancia, pero no es tan visible como para que llegue a pasar como un flash un ápice de sospecha ante la mente de alguien, tengo la cara de una ilusa e inadvertible muchacha, por eso nadie pensó en mí cuando todo sucedió, yo solo fui una simple espectadora detrás del cordón policial, alguien que aunque conocía a la víctima, nunca fue relacionada con el, hasta se dudaba de que me conociese.

Ellos eran los ilusos, Jorge si me conocía, más bien que la mayoría del mundo, igual que yo a el, yo era su escape, el para mi, solo era otra máscara delante de una persona, una mentira, un títere entre mis manos, pero yo tampoco es que sea la mala de todo el cuento, el sabía que le utilizaba, lo sabía a la perfección y se dejaba utilizar, si le daba algo a cambio, no algo tan desvergonzado y clásico como sería el sexo, creo que incluso, eso, hubiese sido mejor que aguantar el repulsivo olor que emanaba de el cada que parecía revolcarse entre los cuerpos ya putrefactos de la fosa común del pueblo, yo era una especie de guardiana, callada, una mentirosa nata lo suficientemente lista como para idear un plan en caso de que alguien pasase cerca, sí, en efecto, hubiese preferido tener sexo a cambio de haberle seguido utilizando como un mero títere a tener que ver tal repugnante acto, cada noche, después de las 00:00.

La primera vez que Jorge se acerco a mí, fue el 12 de Diciembre, a unos días de que nos diesen las vacaciones de navidad, ese cabeza hueca podía llegar a ser lo suficientemente sigiloso como para que nadie supiese, si el no quería, que se relacionaba con una persona, y eso que la mayoría de lo que pasaba en este pueblo se sabía, pues era tan pequeño, que hasta el mero aletear de una pequeña mariposa cerca del faro, se sabía a los minutos cerca de la entrada, a la otra punta, pero el fortachón sabía como pasar desapercibido, como esconderse y hacer las cosas que hacía. Ese día solo se deslizó a mi lado y me metió una hoja de papel doblada en cuatro dentro de la bolsa de tela que ese día tenía, y me empujó sutilmente con el brazo, no hizo falta leerla, llevaba pululando varios días a mi alrededor, sabía que era lo que quería, aunque en ese momento no estaba segura de lo que era.

faro

Estuvimos tres semanas encontrándonos todos los días, a mi solo me servía como una especie de elixir, un elixir que cambio de sentirme bien, me pudría el alma, poco a poco, su sufrimiento, sus lágrimas, viendo en mi la luz, era como confiar en que un lobo adicto en la carne no iba a tener la tentación de devorar a su amigo el corderito. Algunos dirían que estaba loca, pero era una palabra que apenas llegaba a definir la sensación de éxtasi que me otorgaba su sufrimiento, su propia locura arrastró el último ápice de cordura que guardaba en mi y sin embargo, era una sensación liberadora la que parecía recorrerme.

¿El porque le maté? No había una respuesta clara, podría decir que fue en defensa propia y se que me creerían, podría decir que no aguanté la presión de cubrir los delitos que se cometían todas las noches en la fosa dirigidas por el, podría decir tantas mentiras y me seguirían creyendo, pero la única verdad es la que me llevare junto a mi cuerpo sin vida, la verdad es que le maté porque su sufrimiento emocional se me quedó corto, le maté porque quería que sus lágrimas fuesen por mi, le maté porque sentía tal deseo de poder acabar con su vida que mi locura tomó las riendas de mis funciones, le maté porque quería, quería ver sus ojos sin vida con un último atisbo de esperanza, quería oírle suplicar ayuda, quería saber que el acabaría donde todo empezó, en aquel foso, escondido entre los árboles y donde el eco de las olas resuena.

Culparon al farero, que estaba en el lugar idóneo en el momento equivocado, arrestaron al cura pues sus manos estaban manchadas de sangre, y por último, condenaron a muerte a su madre, que siempre había expresado abiertamente que nunca quiso a su hijo y que siempre quiso verle muerto. Y yo solo quedé como una espectadora, una que no sabía nada, una que pasó siempre desapercibida, con mi cara de niña, mi actitud de ilusa y la inocencia que desprendía, solo que está vez había algo más, ganas del elixir, del sufrimiento, ganas de poder sentir como se escapaba la vida de las personas con el hilillo de su ultimo aliento, y una vez descubierta la droga, es difícil desprenderse de ella.

cura